domingo, 31 de diciembre de 2017

12 campanadas

                                                                          foto por Tessa Rampersad, Unsplash

Recibí el 2017 en Italia, abrazada a mis padres y a mi hermana, comiendo smarties en vez de uvas. Lo despido en medio de Estados Unidos, sin smarties, sin uvas, a muchos kilómetros de mis padres y mi hermana.

Recibí el 2017 con un frío decente y soportable, de ese del que te proteges con un suéter gordito y un abrigo peludo. Lo despediré en medio de la nieve, a una temperatura negativa en Fahrenheit, envuelta en capas y capas de ropa cual muñeco michelín.

Recibí el 2017 casi a la vez que todos mis amigos, que toda mi familia, que todos aquellos que me mantuvieron en sus pensamientos a la hora de darle la bienvenida al nuevo año. Lo despido cinco horas después que todas las personas que conocía en ese momento, rodeada de gente cuyos nombres no me sabía hace 12 meses.

Recibí el 2017 con una 36 o 38 de pantalón (nunca me lo aprendí, solo me probaba los que pensaba que podían quedarme bien hasta que encontraba un vaquero en el que me veía decente). Lo despido con una talla más. O dos. Sigo sin tenerlo muy claro.

Recibí el 2017 sin haber visto un eclipse, sin haber probado un breadstick, sin haber ido en coche mientras un amigo de mi edad conducía, sin haber guardado mis libros en un taquilla, sin haberme puesto la mano en el corazón mirando a la bandera de Estados Unidos mientras sonaba el national anthem. Lo despido con todos esos recuerdos guardados en mi memoria.

Recibí el 2017 con mi lectura actual siendo Un maravilloso porvenir, un libro en español, como todos los libros que me había leído a lo largo de mi vida. Lo despido leyendo Everything, Everything, la tercera novela que leo en inglés. Cada vez uso menos el traductor.

Recibí el 2017 sin saber cocinarme la cena y con problemas para pelar una manzana. Lo despido siendo casi una experta en quitarle la piel a las frutas, y con la habilidad de hacer dos o tres recetas que tienen 0 dificultad sin quemar la cocina. Lo de no derretir boles estoy en proceso de aprenderlo.

Recibí el 2017 sabiendo que después de Reyes volvería al colegio al que había ido toda mi vida, con el uniforme que había llevado desde que tenía 3 años, con los amigos que han estado ahí desde entonces y con los que he ido conociendo por el camino. Lo despido sabiendo que nunca más daré clase en ese colegio. El uniforme lo conservo, para cuando me ponga nostálgica, y la mayoría de los amigos siguen ahí.

Recibí el 2017 pensando que odiaba el deporte. Lo despido sabiendo que estaba equivocada.

Recibí el 2017 sin haber visto nevar, imaginando lo mágico y especial que sería. Lo despido habiendo experimentado esa magia, y sin saber como explicar el sentimiento que se me coloca en el corazón cuando los copos caen del cielo y lo van cubriendo todo de blanco.

Recibí el 2017 rodeada de personas que quiero, de personas que me quieren y que me hacen feliz. Lo despido rodeada de nuevas personas que saben cómo hacerme reír, y sabiendo que las que no pueden darme un abrazo esta Nochevieja siguen estando a mi lado.

Recibí el 2017 con los brazos abiertos y una sonrisa, llena de ilusión y ganas de afrontar lo que sea que estuviese por venir. Recibo el 2018 con los brazos igual de abiertos, con mi sonrisa igual de grande, ilusionada y preparada. 12 meses y 12 campanadas después, eso sigue sin cambiar.

2 comentarios:

  1. Feliz 2018 nuevo año con los amigos de siempre y los nuevos. Maravillos

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  2. Maravilloso!! disfruta de la experiencia.

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