sábado, 11 de abril de 2020

Día 31 de cuarentena: Gran Vía vacía

Dicen que los atardeceres de Madrid son tan bonitos por la contaminación. No sé si será verdad, o una de esas cosas que se repiten tanto que te acabas creyendo que lo son. Pero, si lo es, los atardeceres de está cuarentena tienen que estar siendo cada vez menos impresionantes. Cada vez menos gente se estará asomando a sus balcones para apreciarlos.

Hoy salí a comprar el pan para mis abuelos por primera vez desde que empezó la cuarentena. El camino hasta la panadería lo hice por unas calles vacías y silenciosas. Esas calles, que antes rebosaban de vida, ahora han dejado de hacerlo. Por esas calles hace no tanto correteaban niños, pasaban coches y guaguas, caminaban hombres y mujeres, algunos con más prisa que otros. Calles que antes estaban llenas de tiendas abiertas y bares a rebosar, ahora no son más que asfalto desierto salpicado de personas con mascarilla o perro. Cuando hoy me salté el semáforo y crucé, dio exactamente igual, porque no había ni un solo coche que pudiese atropellarme.

Es sobrecogedor pensar que todas las calles alrededor del planeta están igual. Vacías, muertas. Que Gran Vía ya no está concurrida, que ya no hay coches rodeando el Arco del Triunfo. Los anuncios de Times Square se proyectan para personas que ya no están ahí. No hay problemas de tráfico en Delhi o en Atenas, ni góndolas paseando por los canales de Venecia. El agua de las playas borró las huellas que se dejaron en la arena, y nadie volvió a caminar sobre ella para dejar unas nuevas. De la noche a la mañana, las personas desaparecieron del mundo. Se cerraron puertas, ventanas y, de repente, ya no quedó nadie.

Pero con las personas desaparecieron también los aviones que atravesaban las nubes, los coches que escupían humo al aire. Las fábricas dejaron de generar basura, los turistas de ensuciar las playas. Y mientras nosotros estábamos en casa tirándonos de los pelos, el mundo vacío empezó a recuperarse.

Los animales tomaron los territorios que antes eran suyos. Los cisnes de Venecia resultaron ser mentira, pero en el fondo de las aguas se distinguen ahora unos pececillos un poco feos de los que antes se desconocía su existencia. Peces que, algunos dicen, a veces están incluso acompañados de delfines. Hay osos caminando por la carretera, ciervos por la arena, pavos reales en los pasos de peatones de la capital.

Y sé que todo eso se perderá en el momento en el que nos dejen volver a abrir puertas y ventanas. Desde que nos dejen salir, lo haremos. El mundo volverá a ponerse en marcha de nuevo, y nosotros volveremos a poblarlo, a infectar sus calles. Gran Vía se llenará de gente, los turistas se pelearán por tirar monedas a la Fontana di Trevi. Habrá colas delante de la Torre Eiffel y del Big Ben. Los bares se llenarán de gritos, las discotecas de música. Y, con nuestro regreso, los cielos se volverán a cubrir de humo y las playas de plásticos. Se dejarán de ver los peces de Venecia. 

Sí, cuando volvamos, todo volverá a ser como antes. El mundo volverá a estar lleno de vida, de gente, y de suciedad. No puedo esperar a caminar por calles concurridas y ruidosas al lado de miles de desconocidos. A viajar en avión, a coger la guagua. Pero tampoco me importaría que, la próxima vez que me siente en la terraza a la hora de la merienda, el atardecer madrileño sea un poco menos brillante, un poco menos naranja. Un poco menos contaminado.
                                                                                                                  
                                                                                                                                               foto por Nick Tsinonis, Unsplash

2 comentarios:

  1. ¿Se volverá este blog a "parar" cuando acabe la cuarentena? Espero que no...

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  2. Se nota qué te ha cautivado “La Villa y Corte de Madrid” , cómo muchos canarios. Sigue deleitándonos con relatos de la cuarentena que estamos viviendo.

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